miércoles, 20 de marzo de 2013

La máquina perfecta del Medievo: La Lonja de Valencia

"En el lado opuesto, la Lonja de la Seda (sic), acariciada por el sol del invierno y luciendo sobre el fondo azul del cielo todas las esplendideces de su fachada ojival. La torre del reloj, cuadrada, desnuda, monótona, partiendo el edificio en dos cuerpos, y éstos, exhibiendo en dos cuerpos, y éstos, exhibiendo los ventanales con sus bordados pétreos; las portadas que rasgan el robusto paredón, con sus entradas de embudo, compuestas de atrevidos arcos ojivales, entre los que corretean en interminables procesión grotesca figurillas de hombres y animales en todas las posiciones estrambóticas que pudo discurrir que pudo discurrir la extraviada de los artistas medievales; en las esquinas, ángeles de pesada y luenga vestidura, diadema bizantina y alas de menudo plumaje, sustentado con visible esfuerzo los escudos de las barras de Aragón y las enroscadas cintas con apretados caracteres góticos de borrosas inscripciones; arriba, en el friso, bajo las gárgolas de espantosa fealdad que se tienden audazmente en el espacio con la muda risa del aquelarre, todos los reyes aragoneses en laureados medallones, con el casco de aletas sobre el perfil enérgico, feroz y barbudo; y rematando la robusta fábrica, en la que alternan los bloques ásperos con los escarolados y encajes del cincel, la apretada fila de almenas cubiertas con la antigua corona real."

                                                                                                                      Arroz y tartana, cap. 1.
                                                                                                                      Vicente Blasco Ibáñez.


Hoy en día, la Lonja de Valencia pasa por ese edificio que está detrás del Mercado Central (que es cita para todos los aficionados para la cocina), detrás de la plaza del Ayuntamiento, cuando no te diriges a la Plaza de la Reina, y el edificio predilecto por Rita Barberá para sus particulares "cotarros" (premios y cosas por el estilo). Y muy poco conocido, por el público en general.

Construida entre 1483 y 1498, con posteriores adicciones y remodelaciones, es original del mítico cantero Pere Compte, del que se atribuyen diversos edificios de igual contemporaneidad. Para empezar, debemos decir qué era una Lonja en aquellos tiempos: básicamente, era un banco. No es lugar donde se almacenan los bienes en gran cantidad: para eso estaba el mercado o los almacenes repartidos en la ciudad antigua. Es un lugar de intercambio, de pagarés, de mesas pequeñas regentadas por ricos mercaderes, de cambio a monedas de curso legal. Cuando se construyó, no se sospechaba de la existencia de América, Barcelona era un caos monumental con revueltas sí y otro día también, y Valencia se iba convirtiendo en esa capital alternativa al Reino de Aragón, sirviéndose de las embajadas de este reino a lo largo del Mediterráneo. La solución cuando éste cayó en declive, fue reconvertirla en el negocio más floreciente de la época: la Seda, por el nombre que se conoció hasta relativamente poco. Cuando cayó la seda, en aquellos tiempos, en el Siglo XIX, tal como relataría el tío Juan en la misma novela de "Arroz y Tartana", el edificio se cerró durante un centenario hasta el siglo XX, cuando se utilizó como propaganda de la exposición de 1929, junto a otros edificios. Mientras, en la guerra de la Independencia fue un cuartel de las tropas napoleónicas (también es decir que eso de derribar un palacio real y que éste acabase de ser un colina para los cañones entra en el régimen de dudosa inteligencia, pero hay ejemplos en todos los lugares de España).

¿Qué le hace distinta a la Lonja de Valencia respecto a las demás construcciones de la época? Una sola cosa, su nave principal. Esta nave, tiene la propiedad de adelantarse nada menos que 500 años antes a la fuerza de Le Corbusier y su espacio único a base de pilares. ¿Cómo? El espacio, que siendo gótico, sus columnas que se mueven por ser espirales sin fin, se unen en cada trazo ascendente a las bóvedas góticas, que se dividen y subdividen hasta un sello del que pendían las lámparas, que se unen a los muros en idéntica forma, dando a lugar un edificio místico para la arquitectura. ¿Qué oscuras intenciones albergaba este hombre, al crear este espacio eterno? Nunca lo sabremos, lo que sí sabemos que jamás transcendió esta forma de pensar, salvo en contados edificios, y nunca se supo más de él. El recorrido, hoy desnudo, habría que imaginarlo con mesas de escasa labor y grandes cajones, atendidos por judíos y conversos, sobre la oscura y fría piedra, iluminados por lámparas de candelabros y gran ornato. Al visitante, habría que decirle que por donde accede no iba a la lonja, sino que era la entrada de los burros y caballos, carros y carretas, y las verdaderas están detrás, porque el nivel de la calle estaba más bajo de lo que conocemos ahora. Y mientras, se maravillaría del gran trabajo de cantería, que tuvo bien en representar monstruos y ángeles músicos, de esos, que más tarde aparecerían encima de cierta cúpula...

Mas no habría que menoscabar el resto del edificio, basta decir que ese patio fue testigo de unas bodas de un tal Felipe II, y que el edificio singular y añadido de mal casamiento, es obra de artistas del Renacimiento, y sin embargo, hay artesonados y largos fustes de bosques antiguos. Hoy extintos, sin aquellos vetustos árboles; ni siquiera de la misma especie. Más o menos, de aquel gremio de Sedas que hoy en día, podrido edificio y ninguna compañía, antaño fue esperanza de muchos y hoy es víctima del abandono de una cultura homicida, que le daba la espalda con sueños de ladrillo y cemento y hoy, se lamenta.

martes, 12 de marzo de 2013

Arroz y Tartana, de Vicente Blasco Ibáñez


"... Sé que te fastidia oír todo esto; pero te lo digo para que sepas que no me chupo el dedo ni se me engaña fácilmente... Nunca me he forjado la ilusión de convertirte. Tú serás siempre la misma, Manuela, la loca, la pretenciosa, y morirás cuando gastes el último céntimo. Cada uno nace con su carácter, y tú eres de aquellos a quienes el pobre papá cantaba la antigua copla:

Arroç i tartana,
casaca a la moda,
i rode la bola
a la valenciana."

Arroz y Tartana, 
edición de Aguilar Ediciones, de 1980

Bastó de una simple copla cantado a finales del siglo XIX, para que Vicente Blasco Ibáñez (Valencia 1867 - Menton 1928) construyera una sencilla novela de tintes trágicos, de amoríos románticos imposibles y una exposición de la sociedad valenciana, burguesa, del Cap i Casal para aquellas vísperas del siglo XX.

Para comprender el sentido de la copla es necesario explicar cada término. El arroz, que empezó a cultivarse en grandes cantidades, empezó a valer todavía más por la demanda internacional, convirtiéndose en negocio de los nuevos propietarios de las tierras. Ya no eran los nobles, sino la burguesía, que fue adquiriendo terrenos a medida que se desamortizaban. La tartana era un tipo de calesera, de dos ruedas y descubiertas, al que tiraban un corcel que siempre andaba sujeto. Por eso, el hecho de tener cochero y caballo, era ya un signo de posición social, aunque se verá más tarde, sea a costa de deber a muchos. Y la expresión "dejar rodar la bola", viene a decir la fea costumbre de dejar los negocios según su curso, no corrigiendo o interviniendo... 

El cuadro comienza el día de Nochebuena de 1900, con la presentación del "personaje principal", doña Manuela (de Fora en la serie de TVE), viuda de dos matrimonios, mujer de avanzada edad para la época, vitalista y de naturaleza derrochadora, avanzando por uno de los mejores entornos que hoy por hoy conservamos, la antigua plaza del Mercado, buscando las viandas para el día de Navidad. En seguida nos encontramos con su antítesis, su hermano Juan, ahorrador, de costumbres y bastante tacaño, según nos lo describe. De la conservación se desvela el problema principal: de cómo por aparentar una opulencia que no tiene, una clase social a la que no pertenece, doña Manuela arrastra inexorablemente a su familia a una trágica ruina; a la par que todas las personas que le son allegadas. Porque el precio de tal opulencia es tener todas sus antiguas propiedades hipotecadas y deber a muchos prestamistas, con tal de aguantar unos meses más: necesita casar a sus hijas con la mayor brevedad posible y a con el marido más rico y "decente" posible. Para ello, recurre a la avaricia y falta de escrúpulos, llegando a endeudar a uno de sus cuatro hijos, Juan Peña, fruto de su primer matrimonio...

La novela recorre el año 1900 destacando las costumbres, ocios y fiestas de Valencia: Navidades, Carnavles, con su alegría característica en el antiguo paseo de La Alameda, las Fallas y sus personajes: Mateo Sagasta como ninot, borrachos, chiquillos, falleros y taberneros con malas pulgas, la majestuosidad de las Rocas en Semana Santa (que durante muchos años no se vieron por las calles... Entre tanto, vemos como la ruina se cierne sobre la familia de doña Manuela, mediante un coro de personajes que tienen su propia visión de la vida: doña Manuela, y su afán de ascender; su primer hijo, Juan Peña, que de bueno se le puede considerar como bobo y sus intentos por pasara a ser adulto (psicológicamente); don Eugenio, antiguo propietario de "Las Tres Rosas" que estuvo en manos de doña Manuela, y su culto a los recuerdos de la sociedad de principio de siglo; Andresito, hijo de los actuales propietarios de Las Tres Rosas, y romántico empedernido con mucho ocio; y el modo real de ver la vida, lindando con un fatalismo, de don Juan de Fora...

En la opinión de un simple servidor, más acostumbrado a las novelas de Asimov, las sagas de   Dune de Frank Herbert, algunas novelas policíacas y muchas de estos tiempos contemporáneos, me sorprende encontrar cómo muchas de las cuestiones del siglo XIX son un poco paralelas a las situaciones que vivimos actualmente:

- La vida derrochadora de doña Manuela, con su falta de escrúpulos y su afán de aparentar; con la sed de monumentos y grandes fastos que pareció poseer a las Comunidades Autónomas, con las fatales consecuencias que vivimos en estos días. Al menos, doña Manuela decía la verdad de vez en cuando...

- Siempre ha habido sinvergüenzas, pero el disoluto Rafael, hijo de doña Manuela, se parece en cierta manera a los ni-nis de alta clase (que no tienen nada que ver con aquellos que no rigen y ni esperan nada de la vida).

- El relato que hace don Juan de cómo se hundió la industria sedera en Valencia (al menos los talleres de allí) por dejadez  del colectivo de "aristócratas" (tomando la definición como gobierno de los mejores), es paralelo a cómo se ha ido perdiendo tejido industrial y por supuesto como ha ido minando la crisis a la sociedad. A su vez, se explica cómo es posible que hoy en día la Alameda sea como el brazo de Santa Teresa (amojamado y cercenado) y la plaza del Mercado esté invadida por los autobuses y los coches hacia ninguna parte.

Si quizá el estilo de narrativa requiere sentarse a la luz de una ventana, con buen sillón, y en absoluto silencio, y tener cierta paciencia para leérselo poco a poco, como contrapeso destaco la credibilidad de los personajes: aunque sería una casualidad que coincidan todos en el mismo sitio. Dentro del plano psicológico, podemos deducir que las diferentes de las historias de los personajes son coherentes con su modus vivendi descrito en la novela, lo cual también da credibilidad frente a tantas novelas actuales cuya explicación es demasiado caprichosa.